10 abril 2014

Vivir



Vivir

Me  rechina la cabeza, mi madre no para de gritarme que ya es hora de levantarse, mi padre hace medio siglo que se fue de casa, me levanto de mala gana , espero que todos hayan salido de casa para volver a meterme debajo de las mantas, no aguanto, todo el mundo me chilla, me manda, me atosiga y yo no tengo ganas de nada. Madrugar para ¿qué?, para ir al colegio donde un profe mal encarado me obliga a estar atento, a no tener que despistarme a sonreír y llevarme bien con mis compañeros, para eso me quedo en la cama.
Pasan las horas, los días y no encuentro nada que me  guste hacer por mí mismo, solo quiero que nadie me diga nada, que me dejen en paz, quiero dormir, soñar que soy libre que puedo hacer lo que quiera, y si no me ducho ni me afeito no pasa nada, quiero estar a mi aire, no dar cuento a nadie, no poner cara de buen amigo ni de sonrisa boba, quiero ser yo.
Suena el teléfono cada día, a las diez a las once e incluso a las doce, pero no lo cojo, no sea que los del cole quieran que vaya. No lo pienso hacer, que les den…., si quieren  que se arreglen ellos, yo solo quiero paz, ver la tele, soñar con playas del sur, con una buena compañía  y hacer lo que yo quiera.
Me despierto, a mi lado una mujer, alta, rubia y bien vestida, con una carpeta en la mano, una pluma estilográfica y me dice: “Don Antonio, debe firmar los recibos de compra del material del trimestre, le recuerdo que es usted el director del colegio”, la miro embobado, no sé qué decir. Me tapo hasta la cabeza con mi manta y grito: “¡He dimitido hace doce años, estoy jubilado, dejarme, quiero vivir, dejarme en paz!”.

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